PIRÓMANOS
¿Sabéis que casi el 80% de los incendios que se producen en España
son provocados?
No son datos novedosos; de hecho, un
colega mío, otrora voz cantante del establishment
anterior del instituto de mis últimos 16 años, debía conocerlo porque me lo recordó
en una carta informe donde me acusaba de prender fuego al supuesto –por él
creído- statu quo del mencionado centro educativo (p.e. si se
cambió la nomenclatura de Instituto de Educación
Secundaria por el de Instituto de Enseñanza
Secundaria, estaba provocando la demolición ígnea de toda una trayectoria
formativa).
Reconozco que las decisiones tomadas en
su momento y que afectan a un colectivo puede provocar inestabilidad e
inseguridad (en otra entregas se verá más claro). Pero también es cierto que
formó parte de mi rol como director el tomar decisiones que estaban meditadas y
razonadas calibrando los efectos y minimizando los riesgos. Tengo a gala decir
que, durante los años de ejercicio de la dirección, no hubo una alteración
significativa de la dinámica funcional.
Pero volvamos a
aquella carta-informe que de manera totalmente anómala me hizo llegar aquel
colega. Por aquel entonces, ese compañero era jefe de departamento y, como
era habitual al final del curso, le correspondía llevar a cabo la memoria
final pertinente de lo llevado a cabo durante el curso que terminaba. Mi
propuesta fue en el sentido de ofrecerles a todos los jefes de departamento
un formato común para que resultara más eficaz la recogida de información y
su posterior uso institucional. Aquello desencadenó en dicho compañero una
contradicción interna de tal calibre que decidió saltarse la propuesta aprobada en ETCP y escribir ¡a
mano! un folio donde analizaba –bajo su punto de vista- el futuro que le
venía al instituto bajo la dirección “de un pirómano como tú”. Hay que decir
que a este colega le habían dado destino en un centro de la capital. Supongo
que ese fue su testamento profesional: convertirse en augur del IES Maestro
Diego Llorente. Recuerdo que pasado algún tiempo coincidimos en una
celebración común y al buen hombre solo se le ocurre preguntarme que “cómo me
iba”. Por supuesto que no dudé en responderle que “apagando fuegos”. No
volvimos a hablar en toda la noche…
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El paso del tiempo me lleva a analizar
lo ocurrido y saco la conclusión de que nuestro colectivo es propenso a
calificar de catastrófico lo que no deja
de ser anecdótico con el paso de los días. Lo vivimos con tal intensidad que
nos parece imposible otro paisaje y consideramos que cualquier tiempo pasado
fue mejor. Por eso, y siguiendo el calificativo que me fue otorgado en aquella
misiva, voy a relatar un par de situaciones que, el susodicho compañero, no
dudaría en calificar de altamente inflamables.
Así que siguiendo el criterio de análisis
incendiario de nuestro excompañero me encontré hace cinco años con un envite
por parte de la administración en la figura de M.C. que traía el encargo de
aplicar a rajatabla la normativa en el alumnado, en el profesorado y en el
instituto:
¡¡Nos llegaba una
evaluación integral!!
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Durante varios meses un equipo de
técnicos anduvo trasteando entre aulas, documentos, despachos y reuniones
(muchas con el equipo directivo; pocas con otros órganos de funcionamiento del
instituto) para llegar a las siguientes conclusiones:
1. La documentación siempre estaba a
falta de algo: epígrafe por aquí, 50% por allá, que programación más antigua la
de (…), “los documentos bien hechos es como la estructura de un edificio”…
2. Los nombres de profesorado motivo de
investigación (no se puede utilizar lo de imputado) dichos en reuniones
privadas ad hoc porque tenían constancia
de impartición incorrecta de la docencia: clases magistrales excesivas, copias
de castigo (“escribe 100 veces…”), ausencias TIC, exámenes como única fuente de
datos… Me consta que comunicaron a dicho profesorado sus planteamientos. Y ahí
empezó el incendio:
“este equipo directivo les está haciendo el juego”,
“tenemos que pararles los pies”,
“no están en la realidad de las aulas”,
“qué se habrán creído”…
Y más.
3. El informe final: la gran deflagración,
el varapalo en forma de argumentos vertidos en aquel claustro que recibió los
datos como si hubieran venido de seres extraterrestres. Y lo que ponía el
informe era de obligado cumplimiento para el curso siguiente y siguiente… Todo
había llegado para quedarse. Y la fogata continuó (sería interesante oír el
punto de vista de mi compañero apagafuegos).
Lo que ocurrió después de la visita de
M.C. será motivo para otra entrada.
Ahora me queda contarle
a mi compañero cuando el fuego se origina de manera colectiva y desde dentro.
Esto lo he visto lejos ya del juego de tronos pero comprobando como se
llevaba a cabo la voladura. Todo bajo control, al milímetro, se va
construyendo un plan que pretende, en principio cambiar a mejor lo
establecido, pero que acaba convirtiéndose en un Armagedón de imposible
control: salta por los aires las relaciones personales, un fuego subterráneo
socava el control sobre el alumnado, vientos de censura aíslan a grupos
disidentes, se va quedando sin vida todo aquello que tocan. Y, ¡oh, sorpresa!,
la institución educativa sigue funcionando porque, a pesar de la ineptitud
manifiesta del colectivo al mando, hay unas normas que si se aplican tal cual
esconden los defectos de gestión, hay un voluntarismo positivo en sacar
adelante proyectos e ideas (a veces autocensuradas), la vida en las aulas se abre paso entre el
páramo de la desidia y de la irresponsabilidad
gestora. Estaría de acuerdo con mi compañero bombero que es un tipo de fuego
que, tal y como se originó se agota ya que el combustible que lo alimenta
(personas concretas) abandonan el escenario y se convierten en puntos de
emergencia contraincendios. Es ese momento magnífico que todos hemos vivido
en nuestros claustros cuando ese compañero o esa compañera se declara
abiertamente partidario, en nombre de ese claustro, como portavoz único (o única)
de denuncia y de toma de conciencia colectiva de que puede haber un mundo mejor.
Un mundo de
Yupi.
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