lunes, 9 de mayo de 2016



PIRÓMANOS

¿Sabéis que casi el 80% de los incendios que se producen en España son provocados?

No son datos novedosos; de hecho, un colega mío, otrora voz cantante del establishment anterior del instituto de mis últimos 16 años, debía conocerlo porque me lo recordó en una carta informe donde me acusaba de prender fuego al supuesto –por él creído- statu quo  del mencionado centro educativo (p.e. si se cambió la nomenclatura de Instituto de Educación Secundaria por el de Instituto de Enseñanza Secundaria, estaba provocando la demolición ígnea de toda una trayectoria formativa).

         Reconozco que las decisiones tomadas en su momento y que afectan a un colectivo puede provocar inestabilidad e inseguridad (en otra entregas se verá más claro). Pero también es cierto que formó parte de mi rol como director el tomar decisiones que estaban meditadas y razonadas calibrando los efectos y minimizando los riesgos. Tengo a gala decir que, durante los años de ejercicio de la dirección, no hubo una alteración significativa de la dinámica funcional.
        

         Pero volvamos a aquella carta-informe que de manera totalmente anómala me hizo llegar aquel colega. Por aquel entonces, ese compañero era jefe de departamento y, como era habitual al final del curso, le correspondía llevar a cabo la memoria final pertinente de lo llevado a cabo durante el curso que terminaba. Mi propuesta fue en el sentido de ofrecerles a todos los jefes de departamento un formato común para que resultara más eficaz la recogida de información y su posterior uso institucional. Aquello desencadenó en dicho compañero una contradicción interna de tal calibre que decidió saltarse la  propuesta aprobada en ETCP y escribir ¡a mano! un folio donde analizaba –bajo su punto de vista- el futuro que le venía al instituto bajo la dirección “de un pirómano como tú”. Hay que decir que a este colega le habían dado destino en un centro de la capital. Supongo que ese fue su testamento profesional: convertirse en augur del IES Maestro Diego Llorente. Recuerdo que pasado algún tiempo coincidimos en una celebración común y al buen hombre solo se le ocurre preguntarme que “cómo me iba”. Por supuesto que no dudé en responderle que “apagando fuegos”. No volvimos a hablar en toda la noche…

        
El paso del tiempo me lleva a analizar lo ocurrido y saco la conclusión de que nuestro colectivo es propenso a calificar de catastrófico lo que  no deja de ser anecdótico con el paso de los días. Lo vivimos con tal intensidad que nos parece imposible otro paisaje y consideramos que cualquier tiempo pasado fue mejor. Por eso, y siguiendo el calificativo que me fue otorgado en aquella misiva, voy a relatar un par de situaciones que, el susodicho compañero, no dudaría en calificar de altamente inflamables.

         Así que siguiendo el criterio de análisis incendiario de nuestro excompañero me encontré hace cinco años con un envite por parte de la administración en la figura de M.C. que traía el encargo de aplicar a rajatabla la normativa en el alumnado, en el profesorado y en el instituto:


¡¡Nos llegaba una evaluación integral!!


Durante varios meses un equipo de técnicos anduvo trasteando entre aulas, documentos, despachos y reuniones (muchas con el equipo directivo; pocas con otros órganos de funcionamiento del instituto) para llegar a las siguientes conclusiones:

1.   La documentación siempre estaba a falta de algo: epígrafe por aquí, 50% por allá, que programación más antigua la de (…), “los documentos bien hechos es como la estructura de un edificio”…

2.   Los nombres de profesorado motivo de investigación (no se puede utilizar lo de imputado) dichos en reuniones privadas ad hoc porque tenían constancia de impartición incorrecta de la docencia: clases magistrales excesivas, copias de castigo (“escribe 100 veces…”), ausencias TIC, exámenes como única fuente de datos… Me consta que comunicaron a dicho profesorado sus planteamientos. Y ahí empezó el incendio:

“este equipo directivo les está haciendo el juego”,
“tenemos que pararles los pies”,
“no están en la realidad de las aulas”,
“qué se habrán creído”…
Y más.

3.   El informe final: la gran deflagración, el varapalo en forma de argumentos vertidos en aquel claustro que recibió los datos como si hubieran venido de seres extraterrestres. Y lo que ponía el informe era de obligado cumplimiento para el curso siguiente y siguiente… Todo había llegado para quedarse. Y la fogata continuó (sería interesante oír el punto de vista de mi compañero apagafuegos).
Lo que ocurrió después de la visita de M.C. será motivo para otra entrada.

        
         Ahora me queda contarle a mi compañero cuando el fuego se origina de manera colectiva y desde dentro. Esto lo he visto lejos ya del juego de tronos pero comprobando como se llevaba a cabo la voladura. Todo bajo control, al milímetro, se va construyendo un plan que pretende, en principio cambiar a mejor lo establecido, pero que acaba convirtiéndose en un Armagedón de imposible control: salta por los aires las relaciones personales, un fuego subterráneo socava el control sobre el alumnado, vientos de censura aíslan a grupos disidentes, se va quedando sin vida todo aquello que tocan. Y, ¡oh, sorpresa!, la institución educativa sigue funcionando porque, a pesar de la ineptitud manifiesta del colectivo al mando, hay unas normas que si se aplican tal cual esconden los defectos de gestión, hay un voluntarismo positivo en sacar adelante proyectos e ideas (a veces autocensuradas),  la vida en las aulas se abre paso entre el páramo de la desidia  y de la irresponsabilidad gestora. Estaría de acuerdo con mi compañero bombero que es un tipo de fuego que, tal y como se originó se agota ya que el combustible que lo alimenta (personas concretas) abandonan el escenario y se convierten en puntos de emergencia contraincendios. Es ese momento magnífico que todos hemos vivido en nuestros claustros cuando ese compañero o esa compañera se declara abiertamente partidario, en nombre de ese claustro, como portavoz único (o única) de denuncia y de toma de conciencia colectiva de que puede haber un mundo mejor.
Un mundo de Yupi.




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